Un joven periodista hacía sus pinitos en la televisión por cable. Era reportero del noticiero principal de un canal en Lima. Una noche del año 2003 fue enviado a cubrir un partido amistoso de voley entre Perú y Venezuela en el Coliseo Eduardo Dibós Dammert, de San Borja. Debía recibir una llamada desde el switcher de la televisora e informar en vivo y en directo, y en dos o tres minutos, las incidencias del cotejo internacional. Ya dentro del coloso recibió la comunicación para salir al aire segundos después. Le dijeron que debía esperar el saludo y el pase del (de los) conductor (es) en el estudio, lo que finalmente ocurrió; sin embargo, el sonido fuerte del ambiente (alrededor de 2 mil personas) del recinto le jugó una mala pasada, y jamás pudo escuchar al presentador desde su móvil; hubo problemas de retorno. Y en ese momento no se le ocurrió soltar frase alguna teniendo el celular operativo. El noticiero finalizó su edición diaria y el novel reportero, obviamente, nunca salió al aire a dar el despacho. Un mes después renunció a ese canal de televisión. Prefirió el retiro voluntario antes que el despido intempestivo. Y es que lo suyo era la prensa escrita. No tenía nada que hacer con los enlaces en vivo.
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